lunes, 17 de septiembre de 2012

El encierro punitivo termina por completar toda una cadena de degradación que es común a los más desarrapados y vulnerados de la sociedad.



El encierro resguarda su propia lógica de existencia. Y lo logra bajo dos preceptos sustanciales. Garantizar “una clientela estable” a partir de la mortificación. Una degradación permanente que va destruyendo toda sed de mañana. Que va arrojando a los acantilados del destierro el deseo de vivir. Que va construyendo –mortificación tras mortificación- la necesidad de “satisfacer deseos de la manera que sea y, entre ellas, está el delito. Pero además –aporta Daroqui- se apunta a ir construyendo una subjetividad sometida, obediente, degradada, violenta. Se necesita de la construcción de esas subjetividades y de esa masa acrítica de personas para justificar un aparato de seguridad, un aparato penal”.
El encierro punitivo termina por completar toda una cadena de degradación que es común a los más desarrapados y vulnerados de la sociedad. 


El informe anual 2012 de la Comisión por la Memoria relata que “nueve de cada diez jóvenes permanecieron detenidos en una dependencia policial luego de ser aprehendidos. Entre aquellos que estuvieron alojados dentro de comisarías, el 29% permaneció allí entre 1 y 6 horas, el 35% entre 7 y 12 horas y el 36% por 12 horas o más tiempo, alcanzando en algunos casos a permanecer en tales espacios por varios días. Dentro de las comisarías, el 40% fue golpeado y/o torturado bajo diversas modalidades, que incluyen la aplicación de fuertes cachetazos en los oídos, golpes de puño y patadas en costillas, piernas, cabeza y espalda entre varios efectivos mientras los jóvenes se encuentran inmovilizados o en clara situación de indefensión”.
La lógica del encierro punitivo va mucho más allá de lo que puntualmente implica una golpiza. De lo que significa una hora de clases y no más. De lo que comporta el mero hacer nada constante. La lógica del encierro tiene un impacto cruel y rotundo sobre la subjetividad de los jóvenes de esos sectores sociales. “A la cárcel, al instituto, no hay que verlo como institución que está afuera y adonde se los termina excluyendo definitivamente. Está bien adentro de nuestra sociedad. Es una parte que está destinada a determinado sector. No está afuera. No se los excluye ahí. Se los incluye para hacer algo con ellos. Uno podría decir que en la cadena de exclusión se los deposita ahí, se los tira a esos lugares. El concepto de cárcel-depósito hay que revisarlo. Porque no es sólo un depósito. Tiene cierto dispositivo ahí dentro que pretende otras cosas: reafirmar determinadas identidades. Si entra un pibe violento del afuera, se le va a reafirmar eso. Y a lo sumo, en la relación de asimetría, donde los maestros tienen la mayor fuerza y poder le van a demostrar que sus grados de violencia pueden ser domesticados y dominados por 5, 6, 7 u 8 maestros. Pero no es que los van a hacer menos violentos. Sino que les van a ganar. Y domesticándolos, también se les multiplica esa violencia. Porque ese chico está lleno de impotencia y como dicen ellos, les buscan siempre la reacción”.

La lógica del encierro tiene –diría Elías Neuman- el objeto de “descargar, como antaño, el oprobio y los temores de los sanos, de los no viciosos, de los blancos, de los juiciosos, de muchos seres que nada hicieron para ser de tal o cual manera y que hallan mérito en ello. De los que creen que el equilibrio está siempre en el centro y que, por ello, han sido declarados por derecho natural aptos para la vida. Los que, en fin, no podrán comprender que el fracaso y tal vez el dolor no siempre son un polo negativo. No cabe duda que las leyes las crean y las dictan las clases dominantes. Leyes para enmendar y corregir en provecho propio las condiciones y circunstancias de la sociedad, o para captar la realidad...El delincuente aparece acuñado como un estereotipo de la sociedad que habita”.

Fuentes: Gentileza de de Gonzalez Ve