miércoles, 12 de septiembre de 2012

Las torturas en el Almafuerte y la lógica perversa del encierro


Por Claudia Rafael 


Del otro lado de la reja está la realidad,
de este lado de la reja también está 
la realidad: la única irreal es la reja… ”
Paco Urondo

“No te des por vencido ni aún vencido,
no te sientas esclavo ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya malherido”.
Almafuerte

(APe).- Relato uno. 20.40 horas. 2 de septiembre. Comisaría 7º Abasto. Siete “maestros” denunciaron haber sido lesionados por cuatro jóvenes de 17 y 18 años alojados en el Instituto Almafuerte. “Estos chicos comenzaron a pedir pertenencias de mala manera, faltando el respeto a los asistentes”, decía textualmente la denuncia policial. Y seguía: “los jóvenes ya alterados arrojaron las banquetas contra las rejas, doblaron el acrílico del televisor y desordenaron el lugar”. Nueve carceleros -Adrián Gómez, Jorge Maldonado, Marcos Acuña, Martín Núñez, Gastón González, Carlos Báez, Rubén Skeyker, Cristian Gallardo y Marcelo Picone- entraron “con escudos” pero –extrañamente- fueron ellos mismos quienes “resultaron con lesiones” mientras que “los agresores no resultaron lesionados”. (Las frases entrecomilladas fueron extraídas de la denuncia policial).

Relato dos. 18.45 horas. 2 de septiembre. Cuatro jóvenes de 17 y 18 años alojados en el Instituto Almafuerte pidieron hablar por teléfono. Se los negaron y se desató una discusión. Amenazaron con cortarles la recreación en la leonera (léase superficie de 5 por 7 metros, enrejada, con una malla de tejido romboidal en algunos sectores, constituyendo una verdadera jaula, despojada de objetos o actividades lúdicas/educativas/recreativas). “Los jóvenes se resistieron a ingresar a sus celdas. En ese momento los reprimieron alrededor de 14 asistentes, portando palos, matafuegos, y escudos de asalto. Golpearon a los jóvenes con patadas, golpes de puños, les arrojaron parte del contenido del matafuegos. Golpearon a todos los jóvenes que se encontraban allí, los arrojaron al piso y continuaron la golpiza, pisándoles los pies y la espalda. Posteriormente los arrastraron hacia sus celdas. Resultaron lesionados 4 jóvenes en diversas partes del cuerpo (cabeza, torso, espalda, brazo, piernas). No recibieron asistencia por parte de personal médico de la institución. Sólo fueron revisados por un médico luego de que lo pidiera el Defensor oficial Julian Axat, quien también presentó un habeas corpus por los jóvenes”. (Extraído del comunicado de la Comisión Provincial por la Memoria).

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La lógica del encierro cobija eufemismos.

Maestro: léase carcelero.

Habitación: léase celda.

Institutos: léase cárceles para menores de 18.

“Hay toda una incorporación de eufemismos para no decir que están en una cárcel. Son chicos que están presos”, analiza Alcira Daroqui, socióloga, en entrevista con Ape.

“Hay institutos paradigmáticos: el Almafuerte, el Centro de Recepción de Lomas de Zamora, el Centro de Recepción de La Plata. Y en ese circuito los jóvenes saben que los grados de violencia son mayores. El golpe y el maltrato constituyen una escuela de mucha violencia y de mucho disciplinamiento para aquellos a quienes pegan pero también para los otros. Y ahí se instala la certeza de que puede suceder a todos”.

El circuito del ejercicio de las violencias nace mucho antes de la institucionalización. Nace en el barrio. En esa otra cárcel que puebla las vidas pero que carece de techos y rejas visibles. Y se termina de perfeccionar muros adentro. Con esa mortificación del yo que degrada. Que humilla.

“Son jóvenes que tienen fuerte entrenamiento del maltrato a través de su relación con la policía en los barrios. Tienen naturalizada la cuestión de la violencia. Entonces, salvo estas violencias tan expresivas como las que ejercieron estos carceleros en el Almafuerte, la demás está integrada a un proceso de naturalización a través de las múltiples detenciones que no siempre terminan en un juzgado y que no siempre terminan en un encierro en instituto. La mayoría estuvo detenido cuatro o cinco veces sin que hayan estado blanqueados a la justicia. Y en esto hay una fuerte naturalización en la que les preguntás: `¿Estuviste detenido?´ `Sí, una bocha de veces`,  te contestan. Pero ni siquiera saben cuántas”, cuenta Daroqui.

Los relatos que fue recogiendo Alcira Daroqui muros adentro de los 12 institutos cerrados de la provincia ubican los golpes y los malos tratos cuando ya los jóvenes están detenidos e inmovilizados.

Pero los jóvenes no siempre pueden denunciar. “Y no me refiero a la cuestión objetiva de no poder acceder al teléfono sino al capital simbólico, a la subjetividad que nace de la lógica del merecimiento: `qué quiere si yo me mandé una cagada y por eso estoy acá`. Los requisan permanentemente. Los desnudan. Muestran sus genitales para circular dentro del propio instituto. Todo es muy humillante, vejatorio, degradante. Están uniformados con esos buzos, esos jogging que les quedan 3 talles más grandes o les resultan chicos, con ojotas que ni siquiera responden a su número, con ropa que sólo pueden utilizar al momento de la visita. Todo eso es despersonalizante y ellos lo toman como algo que corresponde hacer con ellos”.

El encierro resguarda su propia lógica de existencia. Y lo logra bajo dos preceptos sustanciales. Garantizar “una clientela estable” a partir de la mortificación. Una degradación permanente que va destruyendo toda sed de mañana. Que va arrojando a los acantilados del destierro el deseo de vivir. Que va construyendo –mortificación tras mortificación- la necesidad de “satisfacer deseos de la manera que sea y, entre ellas, está el delito. Pero además –aporta Daroqui- se apunta a ir construyendo una subjetividad sometida, obediente, degradada, violenta. Se necesita de la construcción de esas subjetividades y de esa masa acrítica de personas para justificar un aparato de seguridad, un aparato penal”.
El encierro punitivo termina por completar toda una cadena de degradación que es común a los más desarrapados y vulnerados de la sociedad. 

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El informe anual 2012 de la Comisión por la Memoria relata que “nueve de cada diez jóvenes permanecieron detenidos en una dependencia policial luego de ser aprehendidos. Entre aquellos que estuvieron alojados dentro de comisarías, el 29% permaneció allí entre 1 y 6 horas, el 35% entre 7 y 12 horas y el 36% por 12 horas o más tiempo, alcanzando en algunos casos a permanecer en tales espacios por varios días. Dentro de las comisarías, el 40% fue golpeado y/o torturado bajo diversas modalidades, que incluyen la aplicación de fuertes cachetazos en los oídos, golpes de puño y patadas en costillas, piernas, cabeza y espalda entre varios efectivos mientras los jóvenes se encuentran inmovilizados o en clara situación de indefensión”.

En el perverso ranking de torturas y malos tratos, a la cabeza figura el Centro de Recepción de Lomas de Zamora, con el 60% de los casos. En segundo lugar, con el 20 % le sigue el Centro Cerrado Almafuerte.

Prácticas institucionales: las clases tienen una duración total de una hora u hora y media por jornada. Pueden hablar por teléfono una vez a la semana por 10 minutos. Permanecen encerrados en celdas individuales entre 16 y 18 horas por día. Si el horario de recreación se superpone con el de la escuela, se ve reducido aún más. La única actividad posible en las horas de recreación es mirar la TV enrejada o tomar mate. El grueso del tiempo queda asociado a la nada. “Están cosificados. Aislados. Encerrados. En celdas. Sin actividades. Con malos tratos permanentes. Humillados. Degradados. Mortificados”, define Daroqui. 

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“Se pliegan inmediatamente al paradigma de la seguridad. Los modos de contratación del personal para institutos es por decisiones políticas y llegan a esos espacios que son tierra de nadie. Ni siquiera las escuelas, que son extensiones de otras escuelas, son instituciones independientes. Son apéndices del instituto”, reconoció por lo bajo una trabajadora social.

Daroqui describe a los “maestros” (que heredaron el nombre de los viejos maestros de oficios en los institutos muchas décadas atrás): “pertenecen a esos sectores sociales, algunos fueron barrabravas… no escapan a ese círculo que en el afuera los integran en términos de violencia. Y en el adentro, tienen habilitados esos ritos de degradación que ponen en práctica. Y si están habilitados a eso, pueden estar habilitados a otras cosas. Los propios carceleros dicen `estamos 8, 9 horas acá encerrados con ellos, esto no es fácil`. Es cierto. Están en un cubículo que también es muy deteriorado, degradado y ellos dicen ´bueno, hay que aguantar esta vida acá` y ahí se justifica y se establece una relación con los jóvenes que la institución avala. Pero no es que está reglamentada”.

La lógica del encierro punitivo va mucho más allá de lo que puntualmente implica una golpiza. De lo que significa una hora de clases y no más. De lo que comporta el mero hacer nada constante. La lógica del encierro tiene un impacto cruel y rotundo sobre la subjetividad de los jóvenes de esos sectores sociales. “A la cárcel, al instituto, no hay que verlo como institución que está afuera y adonde se los termina excluyendo definitivamente. Está bien adentro de nuestra sociedad. Es una parte que está destinada a determinado sector. No está afuera. No se los excluye ahí. Se los incluye para hacer algo con ellos. Uno podría decir que en la cadena de exclusión se los deposita ahí, se los tira a esos lugares. El concepto de cárcel-depósito hay que revisarlo. Porque no es sólo un depósito. Tiene cierto dispositivo ahí dentro que pretende otras cosas: reafirmar determinadas identidades. Si entra un pibe violento del afuera, se le va a reafirmar eso. Y a lo sumo, en la relación de asimetría, donde los maestros tienen la mayor fuerza y poder le van a demostrar que sus grados de violencia pueden ser domesticados y dominados por 5, 6, 7 u 8 maestros. Pero no es que los van a hacer menos violentos. Sino que les van a ganar. Y domesticándolos, también se les multiplica esa violencia. Porque ese chico está lleno de impotencia y como dicen ellos, les buscan siempre la reacción”.

La lógica del encierro tiene –diría Elías Neuman- el objeto de “descargar, como antaño, el oprobio y los temores de los sanos, de los no viciosos, de los blancos, de los juiciosos, de muchos seres que nada hicieron para ser de tal o cual manera y que hallan mérito en ello. De los que creen que el equilibrio está siempre en el centro y que, por ello, han sido declarados por derecho natural aptos para la vida. Los que, en fin, no podrán comprender que el fracaso y tal vez el dolor no siempre son un polo negativo. No cabe duda que las leyes las crean y las dictan las clases dominantes. Leyes para enmendar y corregir en provecho propio las condiciones y circunstancias de la sociedad, o para captar la realidad...El delincuente aparece acuñado como un estereotipo de la sociedad que habita”.

Al Almafuerte –y a todos los Almafuertes de la historia- les cabe el sayo a la perfección.

Gentileza Maria Rosa Jara